Sobre la corrupcion judicial. Antonio Seoane. Tribuna Extremeña.
HASTA del cieno sale alimento». Las impresionantes declaraciones de un juez, el señor Estevill, ante el Tribunal de Justicia que le juzga, al que corresponde valorarlas, reconociendo haber hecho uso del poder que le confieren las leyes para enriquecerse personalmente dictando resoluciones a golpe de talonario, pueden ser todo lo impactantes que se quiera. Pero no pueden justificar que la sociedad y los demás jueces permanezcamos indefinidamente con cara de lelos e incrédulos.
Hay que agradecer la franqueza del señor Estevill y aprovecharla para poner fin a una determinada imagen que del juez tiene la sociedad y tienen los propios jueces de sí mismos. Es la imagen histórica, recrecida durante el franquismo. El juez gris y discreto, enlutado y triste, malpagado y aburrido, soberbio y temido, inaccesible e incorruptible. «En España la justicia no se vende, aunque a veces se regala», era el lema. Y efectivamente, durante el franquismo el cien por cien de los jueces era virtuoso e incorruptible. Por Decreto, como el resultado de los referéndums que promovía el Régimen. Pronto la democracia nos demostró que había un número de jueces, todo lo minoritario que se quiera, cor r upt os. Y empezaron las condenas: lun ramillete de jueces condenados por los propios jueces! Un signo de salud. Ya, a estas alturas, se han producido las suficientes para apearnos de conclusiones apriorísticas y maximalistas. Los jueces son tan propensos a la corrupción como cualquier otro profesional. Tanto como los médicos, los abogados o los chapistas. O incluso más, porque el juez es depositario de un poder social incontrolable por definición y controlable por excepción.
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